Garganta la Olla (Cáceres): Sierra, pura sierra

Panorámica de Garganta la Olla desde el Mirador de la Serrana
photo_camera Panorámica de Garganta la Olla desde el Mirador de la Serrana

Las altas cumbres de la Sierra de Gredos y el cauce del río Tiétar delimitan el territorio de una de las comarcas más bellas y placenteras de Extremadura: la Vera (de Plasencia). Alzada entre dos torrentes, Garganta la Olla está declarada Conjunto Histórico-Artístico y conserva aún el aire de sosiego y misterio que encandiló a Julio Caro Baroja.

La comarca de La Vera está situada en la vertiente meridional del macizo de Gredos, entre el pie de la sierra y el cauce del Tiétar. Un microclima privilegiado, con unos inviernos sin temperaturas extremas, una naturaleza desbordante y un patrimonio rural único la han convertido en uno de los principales reclamos turísticos extremeños.Casa de la Peña - Garganta la Olla

La Vera atesora varios pueblos declarados “conjunto histórico-artístico” en buena parte gracias a los restos de una arquitectura serrana que por estas latitudes peninsulares popularizó el uso de la mampostería con sillería granítica en los bajos y del entramado de madera con adobe (y ladrillo) en las paredes altas sobre las que, muchas veces, se acurrucan voladizos y recias balconadas de madera adónde secar pimientos y otras viandas. Villanueva y Valverde de la Vera, Jarandilla y Yuste son algunas de las cuentas de este precioso collar rural cuyo broche más delicado es, sin duda, Garganta la Olla, encajada a los pies de la Sierra de Tormantos, no muy lejos del centenario camino que unía Plasencia con el Puerto del Pico abulense.

Leyendo a Julio Caro Baroja en sus Ritos y mitos equívocos, sesudo ensayo en el que, a vueltas con el mito de la Serrana de la Vera, el escritor vasco hace un detallado recorrido por la historia, auge y decadencia de la localidad, se tiene la sensación de transitar por un tiempo detenido donde las calles recobran usos antiguos y las piedras relatan, con voz queda, cosas que ya pasaron hace siglos con palabras cinceladas en su alma de granito.

El emplazamiento de Garganta la Olla resulta espectacular para el viajero. Madoz, en su célebre y recurrido diccionario, ya lo señaló en 1850: “el terreno es en su mayor parte de sierras elevadas, con muchos canchales y robles infructíferos a las inmediaciones del pueblo, aunque también de cerros y peñascos: hay cultivadas algunas porciones sostenidas por gruesas y elevadas paredes, cuya conservación absorbe los productos, porque derribadas por las lluvias en los inviernos es un censo irremediable su reparación…”Dintel del barrio de la Huerta - Garganta la Olla

Poco parece haber cambiado en el paisaje de Garganta la Olla en el más de siglo y medio transcurrido entre la redacción del Diccionario geográfico-estadístico-histórico de Madoz y los tiempos que corren: las últimas lluvias de este otoño han despanzurrado algunos de los bancales situados más allá del puente de la Piornala (también conocida con Garganta Chica). Pero el cromatismo del otoño vence a los estragos de las lluvias: rodeada de bancales centenarios, la localidad ofrece en estos días tempranos de la estación una verbena de colores entre apretados melojos, nudosas higueras, frutales enrojecidos, vides exhaustas, castaños en su máximo esplendor y la espesa vegetación de ribera que se apretuja junto a las torrenteras de granito. Un festival para la vista.

Pasear por el intrincado caserío de Garganta la Olla alude, también, al olfato (el olor del guiso que se escapa de algún hogar o el de la leña quemada posándose desde alguna chimenea humenate). Y a la vista: las umbrías callejuelas –que mantienen aún la lógica aplastante de  aquellos nombres y espacios apegados a lo cotidiano antes de que los de próceres y generales coparan el callejero de nuestros pueblos y ciudades-, acaban a veces en cerrados callejones o en recoletos barrios como el de la Huerta, síntesis de lo que no debería ser: atestado de automóviles y de ajadas furgonetas donde reposan, como restos del botín, los utensilios de las actividades agrícolas de sus propietarios, el barrio es una plazuela atestada de altos balcones y viviendas reconstruidas siguiendo dudosos criterios de conservación. A veces hasta desentona menos un tapial de ladrillo visto.

Aprovechar para comprar un quesuco extremeño, una morcilla de calabaza, un buen puñado de castañas, el omnipresente pimentón (en sus tres variedades) o unos higos secos es siempre una excelente excusa para trabar conversación con los vecinos del lugar: nobles, abiertos, hospitalarios. Buena gente, en suma. Ya digo, cualquier excusa le valdrá al viajero. Como la de acabar su visita como un parroquiano más tomando una copa de vino de pitarra en la plaza del 10 de mayo, la plaza del pueblo, con su fuente grandota y el recuerdo de la picota jurisdiccional bajo los soportales del ayuntamiento. El mejor sitio para hacerlo es el mesón de Juan, el Mesón La Serrana, en una de sus esquinas: preparan unas tapitas deliciosas y siempre hay un buen ambiente. ¿Qué más se puede pedir?

Más información: Oficina de Turismo (Gradas, 2 y Tel. 927 17 97 06)

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