Opinión

David Niven, la aventura elegante

Hay muchas formas de viajar, y David Niven encarnó la del aventurero con clase y algo arrogante. En el cine dio la vuelta al mundo sin arrugarse el chaqué, y bebiendo champán en un globo; también fue diplomático, piloto, y sobretodo “bon vivant” –se hallara en la Riviera francesa o en la costa inglesa-. Nos acercamos a sus películas más emblemáticas…

Mirada ligeramente estrábica, bigote recortado de villano de cómic, figura estilizada -casi quijotesca-, y una elegancia innata: rasgos, todos ellos, que llevaron a identificar a David Niven con un dandy idealista que se especializó en papeles como el de Phileas Fogg en La vuelta al mundo en 80 días (Michael Anderson, 1956). El personaje, un aristócrata deseoso de buscar fama y fortuna –creado por Julio Verne en 1872-, recuerda en algunos aspectos al más conocido de los hidalgos manchegos, de igual modo que su asistente Passepartout  remite al escudero Sancho Panza.


La vuelta al mundo en 80 días se rodó, entre otros lugares, en Chinchon (Madrid). Su plaza se transformó en un coso taurino. Mario Moreno “Cantinflas”, en el rol de Passepartout (Picaporte, en la versión castellana), se vio obligado a torear para afrontar una apuesta que Fogg había realizado con Abdul Ahmed de Tánger, pintoresco propietario del único barco que podía trasladarles a Marsella para seguir con su periplo. En cualquier caso, la faena taurina resultó de lo más inocua: Cantinflas en lugar de acabar con la vida del toro, lo hipnotizó. Años después, Niven participó de nuevo en una producción con localizaciones en España. Se trataba de 55 días en Pekín (Nicholas Ray, 1963). Para la ocasión, el municipio madrileño de Las Rozas se convirtió en el Pekín de 1900, en pleno conflicto entre las representaciones extranjeras y los bóxers. Niven era el embajador británico que animaba a los demás diplomáticos, y a sus guarniciones militares, a resistir hasta la llegada de refuerzos.



 
Fotogramas de La vuelta al mundo en 80 días. Izquierda: Fogg (Niven) junto a Abdul Ahmed de Tánger y su séquito asisten a una corrida de toros.Derecha: Plaza Mayor de Chinchón convertida en coso taurino



 
Izquierda: Cantinflas y Luis Miguel Dominguín comparten cartel en La vuelta al mundo en 80 días Derecha: David Niven en el papel de Embajador y Charlton Heston en el de militar en 55 días en Pekín



La carrera de David Niven fue prolífica, y en su haber cuenta con títulos tan notables como La carga de la Brigada Ligera (Michael Curtiz, 1936), El prisionero de Zenda (John Cromwell, 1937), La octava mujer de Barba Azul (Ernst Lubitisch, 1938), El escuadrón de la muerte (Edmund Goulding, 1938), y Los cañones de Navarone (J.L. Thompson y A. Mackendrick, 1961). En su libro de Memorias, Mis años locos en Hollywood (Editorial Torres de Papel, 2013) relata –con todo lujo de detalles- sus años en la Meca del cine, la política de los estudios cinematográficos, el sistema de estrellas, y sobre todo, los momentos compartidos con amigos como Errol Flynn, Basil Rathbone, Gary Grant, Carole Lombard y Clark Gable, etc.

Durante la II Guerra Mundial participó como comando dependiente del ejército británico, llegando incluso a ser condecorado. Una experiencia que sin duda contribuyó a hacer más convincente el papel de piloto de la RAF en A vida o muerte (M. Powell y E. Pressburger, 1946), titulada originalmente Starway to the Heaven en Gran Bretaña, y A matter of life and death en EEUU: la película más poética y osada de todas en las que participó, y en la que llega a representarse –de manera irónica- la bíblica escalera de Jacob, así como una especie de antesala gremial al Paraíso –o al Infierno, según el veredicto del “juicio”-. También se plasma por primera vez –antes que Bergman- una partida de ajedrez, en sentido metafórico, contra la muerte.



   

Hubo que esperar a la década de los años 50 para disfrutar de las mejores interpretaciones de Niven. Protagonizó dos películas basadas en textos literarios: Mesas separadas (obra teatral de Terence Rattigan), y Buenos días, tristeza (novela de Françoise Sagan). Con la versión cinematográfica de Mesas separadas (Delbert Mann, 1958) obtuvo el Oscar al mejor actor gracias a su interpretación de un comandante retirado con una –en apariencia- extraordinaria hoja de servicios. Como el resto de huéspedes de un pequeño hotel de Bournemouth (en la costa sur de Inglaterra), todos son rehenes de algún secreto anclado en el pasado. En sus vidas, el futuro ni se plantea, salvo precisamente ese comandante, el Mayor Pollock, que trata de redimirse a través del amor de Sibyl (Deborah Kerr), una joven que vive atemorizada por su madre. En el libro Cine y tradición clásica, de Pedro Fuentes (Editorial Point de Lunettes, 2013), se relaciona la trama de la película con fuentes clásicas como La Odisea de Homero, La Eneida de Virgilio, los poemas de Kavafis, o el teatro de Calderón de la Barca.



 

En Buenos días, tristeza (Otto Preminger, 1958), David Niven volvió a coincidir con Deborah Kerr. Ambos formaban parte de un trío que se completaba con la malograda Jean Seberg. Además de las excelentes interpretaciones, la narración se apoyaba en su excepcional fotografía. Preminger contó para ello con Georges Perinal, y los dos establecieron relatar el presente a través del blanco y negro, e identificar el pasado –mediante flash backs- con un luminoso technicolor que retrataba la Riviera francesa. La otra gran baza fue el diseño de vestuario ¡tan chic! a cargo de Givenchy.  



 

Después de su oscarizado papel de falso coronel en Mesas separadas, Niven dio un paso más parodiando su propia imagen de perfecto “british gentleman”. Fue el caso de Casino Royal (J. Huston, K. Hughes, J. McGrath, R. Parrish, R. Talmadge, 1967)  y Pink Panther ( Blake Edwards, 1963).



 

El último papel de Niven en una gran producción -al margen de la saga de la Pantera Rosa- fue en Muerte en el Nilo (John Guillermin, 1978). De nuevo un personaje –el coronel Race- cosmopolita, elegante y “so british”. Mientras, el barco Karnak se desliza por el río sagrado…