En La Mancha, tras los pasos de Don Quijote

Cerro de los Molinos - Campo de Criptana
photo_camera Cerro de los Molinos - Campo de Criptana

Cervantes eligió La Mancha, la mayor región geográfica de Europa, para situar las andanzas y desventuras del caballero de la Triste Figura: Don Quijote. Tierra de gentes afables y horizontes infinitos, adentrarse en sus caminos y pueblos es una sorpresa permanente. En el 400 aniversario de la muerte del escritor te proponemos una ruta por las provincias de Ciudad Real y Toledo.

Mucho se ha escrito y elucubrado en los más de cuatro siglos de vida de don Quijote y Sancho sobre las posibles encrucijadas de caminos, ventas y pueblos por donde la imaginación cervantina dibujó las aventuras del caballero y su escudero. Muchos itinerarios han sido trazados y pocas claves se han resuelto. La culpa hay que atribuírsela, sin duda, a la voluntad de Cervantes. Ése lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiso acordarse es un poco todos los lugares, las casas y solares de un espíritu quijotesco y global que ha terminado por instalarse en el imaginario colectivo de un país y de sus generaciones de lectores.Argamasilla de Alba

Ancha es la Mancha, planicie inagotable de horizontes infinitos, y anchos son los itinerarios que proponen seguir la sombra de don Quijote a través de la región y su patria, la Literatura. Lugares donde la magia del amanecer existe y donde, todavía hoy, nos tropezaremos con más de un ventero descreído y algún que otro vecino seco de carnes y enjuto de rostro que, sin duda, bien podría parecer seguro descendiente de aquel que inspirara a Cervantes.

Partiendo desde Madrid hay que seguir hacia el sur el trazado rectilíneo de la A-4, autovía de Andalucía, para internarse en el laberinto de las resonancias cervantinas. Lo normal sería comenzar el recorrido en Argamasilla de Alba, pueblo donde se da por seguro que Miguel de Cervantes inició la escritura del Quijote encarcelado en la cueva del alcalde Medrano, cuya reconstruida casona funciona en la actualidad como oficina de turismo y centro cultural. Es aquí donde muchos estudiosos sitúan al personaje real del que se valió Cervantes para construir a su caballero andante: un tal don Rodrigo Pacheco, noble y enloquecido, cuyo cuadro exvoto todavía se puede contemplar en la capilla familiar de la iglesia de San Juan Bautista. Al parecer un piropo a destiempo del escritor a una sobrina del noble sería la razón que dio con los huesos de Cervantes en la lúgubre mazmorra.

Aunque la lógica del viajero de nuestros días imponga otro recorrido con menos vericuetos: haremos el primer alto en la plaza Mayor de Tembleque y luego, pasando por Madridejos, buscaremos con la mirada el inconfundible perfil de Consuegra y su cerro Calderico, orlado de molinos. La subida al cerro, pasando junto al castillo donde dicen que murió el hijo del Cid, evoca la batalla de don Quijote con los gigantes-molinos en aquella su primera salida por el Campo de Montiel. Desde lo más alto la comarca se transmuta en un mar de barbechos, un desigual rompecabezas sólo roto por las estribaciones orientales de los Montes de Toledo.

Ruta del QuijotePuerto Lápice es otro de los pueblos nombrados en el Quijote y hace buena gala de ello. Su preciosa plaza porticada, las numerosas casas blasonadas y los muros enjabelgados contrastan con los ajados portones de su estampa más labriega. Aquí hay que hacer un alto inexcusable en la Venta del Quijote, en cuyo patio se velan las armas y la memoria del caballero –tal vez en alguna de sus antiguas ventas situó Cervantes el desventurado acto por el que don Quijote fue armado caballero andante- antes de continuar al encuentro del Guadiana, el río de ojos cegados, y Daimiel, por la vera de un recuperado Cigüela al que el trasvase de caudal desde el Tajo ha devuelto un poco la vida.

A la entrada de Arenas de San Juan, junto al viejo puente romano, unos chavales la emprenden a pedradas con algún pato descuidado. Además del puente, de paso único, hay que hacer un alto en la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias –buen ejemplo del mudéjar toledano- o degustar uno de esos cangrejos de río que los paisanos pescan con habilidad junto al área recreativa que se habilitó el año pasado frente al puente. El viñedo ocupa el terruño hacia Villarrubia de los Ojos, población tendida a los pies de la sierra de la Cueva y de la ermita de San Cristóbal, en el llamado Balcón de La Mancha. Cuando el horizonte se despeja algunos cuentan que se divisan las Tablas de Daimiel ya hasta el mismo Despeñaperros.

El Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, enclavado en la confluencia de los ríos Cigüela y Guadiana merece un sosegado paseo por algunos de los tres itinerarios accesibles del humedal: el más transitado es el de la Isla del Pan, de unos dos kilómetros de longitud. Desde ahí el camino hacia Daimiel, donde abre sus puertas un modesto Centro de Interpretación del Agua y los Humedales Manchegos, es una sucesión de cultivos de secano y pequeñas huertas. Si se puede hay que visitar el impresionante yacimiento arqueológico de la Motilla del Azuer aunque la memoria quijotesca de altos castillos parece despejarse más aún frente a las ruinas de la fortaleza de Calatrava la Vieja. A su lado hay un pinar y un santuario, el de la Encarnación, donde se enseñorean la cal y las parras.

Almagro y Valdepeñas son dos de las poblaciones más visitadas del Campo de Calatrava. La primera por su riqueza monumental y por un afamado Festival Internacional de Teatro Clásico que todos los veranos convierte al Corral de Comedias, un patio de vecinos construido a finales del XVI, en uno de los centros del arte dramático de nuestro país. Hay aquí numerosas tiendas y talleres donde se realizan, a la antigua usanza, labores de encaje de bolillos también mencionadas en la primera parte del Quijote. Merece la pena hacer un alto en su cuidada plaza Mayor y pasear por el barrio noble de la que fuera capital manchega a mediados del siglo XVIII. Para llegar a Valdepeñas hay que atravesar las tímidas entalladuras graníticas de la sierra del Moral: tierra de vinos por excelencia e historia, en las bodegas de Valdepeñas se produce buena parte del vino nacional. Aunque muchas de las antiguas cuevas están cediendo el terreno a la presión inmobiliaria, no hay que dejar de visitar el moderno Museo del Vino y alguna de las bodegas-museo como la que regenta Paco Romero en la calle Torrecilla, con sus cien tinajas de barro intactas.

En las cercanías de Manzanares narró un cabrero a don Quijote la historia de Marcela, la bella y malvada pastora. Haz un alto en la plaza donde se arrebujan, separados por un parquecillo, el ayuntamiento y la iglesia de la Alta Gracia. Y no olvides hacer un alto en el castillo de Pilas Bonas, del siglo XIII, hoy reconvertido en hospedería. Manzanares es etapa de paso hacia Argamasilla de Alba y el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, por donde se sitúa la Cueva de Montesinos, a la que descendiera el caballero en busca de Durandarte. Y también hacia Alcázar de San Juan y el Campo de Criptana donde, una vez más, te atrapará la memoria de los gigantes-molinos manchegos.

Y no podía ser otro el lugar del punto y final de este recorrido por los lugares cervantinos: la hacienda de la bella Aldonza Lorenzo, Dulcinea, en El Toboso. La casa-museo de Doña Ana Martínez Zarco de Morales muestra cómo era un caserón en los años de Cervantes, allá por el siglo XVI. Deleitarse con los ejemplares de la Biblioteca Cervantina o el Museo Sacro del convento de las Trinitarias Recoletas serán un colofón perfecto para esta aventura viajera tan quijotesca.

Más información: Ruta de Don Quijote


 

COMER:

En Puerto Lápice se encuentra uno de los restaurantes más visitados de la ruta, la Venta del Quijote (El Molino, 4. Tel. 926 57 61 10) donde se puede probar cocina tradicional aunque los precios se disparen: pedir unas berenjenas embuchadas, los Duelos y Quebrantos, las Migas de pastor, el Guiso de las Bodas de Camacho, los Huevos rellenos “Sancho” y la cazuela de Juana María. Por unos 30 €. En Almagro, La Posada de Almagro (Gran Maestre, 5. Tel. 926 26 12 01) ofrece otro somero repaso a la comida regional cervantina: Pelotas de Don Quijote, Antojos de Sancho, Perdiz de Tiro, cecina de venao, y, de postre, Caprichos de Dulcinea. Por unos 30 €. Y en Valdepeñas está Sucot (Avda. 1º de Julio, 91. Tel. 926 31 29 32), una antigua bodega donde se puede degustar un queso frito a la salsa de azafrán, el rape relleno de langostinos con crema de mariscos o el ciervo macerado y hecho a la parrilla. Como postre de la tierra pedir leche frita sobre salsa de naranja. Precio medio: 25 €.



DORMIR:

La oferta de establecimientos hoteleros de la ruta de Don Quijote resulta bastante atractiva: a la proximidad de capitales como Ciudad Real o Toledo hay que unirle una serie de hoteles emplazados en edificios con un importante valor patrimonial. El Parador de Almagro (Ronda de San Francisco, 31. Tel. 926 86 01 00) está abierto en lo que fuera el antiguo convento de San Francisco, construido en el siglo XVI, y sus 51 habitaciones se ubican en las reformadas celdas conventuales. El establecimiento cuenta con 14 patios interiores. Precios según temñporada (lo mejor es consultar la web de Paradores). También está La Posada de Almagro (Gran Maestre, 5. Tel. 926 26 12 01), situada en lo que fuera la antigua posada de San Bartolomé, del siglo XVI, cuenta con once habitaciones dobles. Y en Alcázar de San Juan, el hotel Convento de Santa Clara (Pza. Sta. Clara, 1.Tel. 926 55 08 76), que cuenta con 31 hab. dobles.

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