Opinión

Por la sierra de Ayllón, con Ferrer-Vidal / Manuel Rico

Calle de la vieja ciudad de Ayllón
photo_camera Calle de la vieja ciudad de Ayllón
"Por la sierra de Ayllón" es un libro de viajes poco conocido. En él, Jorge Ferrer-Vidal, nos cuenta un apasionante recorrido, a finales de los años 60, por unas tierras tan poco conocidas como bellas. La pobreza, la emigración, el abandono de los pueblos se compensa con una mirada crítica y poética a la vez y con un dominio del castellano sorprendente.
Jorge Ferrer-Vidal (Barcelona, 1926 – Madrid, 2001) fue un escritor en la estela de la generación de novelistas (y autores de libros de viaje) de los años cincuenta. Coetáneo de los Goytisolo, de Juan Marsé, de Sánchez Ferlosio, de Carmen Martín Gaite o de Armando López Salinas, fue un magnífico narrador y poeta y solo muy parcialmente reconocido. Fue un apasionado de la literatura viajera y su Viaje por la frontera del Duero (1980) es un texto de referencia.

Pues bien, diez años antes de publicar ese "viaje", en los veranos de 1968 y de 1969, escribió uno de los pocos libros viajeros que fijan su atención en la casi desconocida comarca de la sierra de Ayllón, situada en el extremo este de la provincia de Segovia y fronteriza, de una parte, con el Madrid hecho nordeste de grandes montañas deshabitadas y pueblos mínimos y, de otra, con el noroeste de la Guadalajara de los pueblos negros: allí se extiende una tierra inquietante cuyos más importantes municipios son Riaza y Ayllón.





Ese libro de Ferrer-Vidal lleva por título Viaje a la Sierra de Ayllón y en él nos cuenta sus caminatas, sus encuentros, sus preocupaciones, su visión del paisaje y del paisanaje durante el recorrido por la comarca. Con su lectura, sabemos de los amaneceres, de las noches frías, de lluvia y de nieve, de calor de incendio  y de los miedos ancestrales de una sucesión de pueblos que apenas desbordan la condición de aldea. Con Ferrer-Vidal nos adentramos en una tierra pobre y bellísima: no olvidemos que el viaje lo realiza en los años sesenta. Su palabra nos muestra un paisaje rural solitario, casi mudo, a causa de la diáspora migratoria que sucedió al "Plan de Desarrollo" del franquismo: una tierra de pueblos vacíos o semiabandonados, de robledos y pinares, de roca oscura y aldeas de sombrías construcciones de pizarra entre las que a veces, como un anacronismo, despunta en el horizonte un pueblo de color rojo arcilla como Madriguera, situado a pocos kilómetros de El Negredo y al que así describe: "Madriguera es pueblo de contrastes extremos, de casas levantadas con promiscuidad hiriente, a base de adobes alzados por el sol y las nieves, pedazos de pizarra y piedra de sillar".



Son numerosos los encuentros con las gentes del lugar y en el libro se alternan con eficacia la descripción paisajística, los diálogos y el fraseo sabio y descreído de los habitantes con los que el narrador se encuentra. Ferrer-Vidal tiene la destreza de mostrarnos el paisaje en movimiento, descrito a la vez que camina, como si estuviera manejando una cámara fotográfica: "rodeo con calma las tapias cementeriles" (en Madriguera); "a mi alrededor, a la luz aterida de la neblina matinal, se presenta el perfil ceniciento de la sierra de Ayllón, de cumbres aserradas en quiebros y berruecos” (de camino a El Muyo); "La carretera sube y se encarama sobre el monte y uno decide que si, al fin, hay que esforzarse, mejor será cruzar el camino y cruzar los barbechos hacia el gorfe del río" (por Riofrío de Riaza).





Conocemos, con Ferrer-Vidal, a Amadeo Torralba, el emigrante en Alemania que pasa sus vacaciones ("atraído por la nostalgia", dice) en El Negredo, a Leonardo Muñoz, de El Muyo, uno de los escasos habitantes de esa aldea perdida más allá de Ayllón, a Blanquita, la "tahonera" (¿cuánto hace que dejó de utilizarse esa palabra?) de Santibáñez, que luce minifalda y blusa de "nilón", a El Pitofla, posadero de Madriguera….  Encuentros que dan lugar a la conversación: el viajero, y con él el lector, conoce las costumbres y obsesiones de cada lugar por lo que esos personajes cuentan, sorprende instantáneas de la vida cotidiana y filosofa sobre el subdesarrollo, el analfabetismo, la emigración y otros males endémicos que el país arrastraba sin apenas cambios desde que el regeneracionismo y el 98 más progresista los denunciara.  Y contempla y valora los escasísimos signos de progreso de quienes retornan al terruño cada verano: los "seiscientos" y los "cuatro latas" que comienzan a aparecer, de vez en cuando, por las perdidas carreteras de la comarca.





Viaje a la Sierra de Ayllón está escrito con un castellano rico y envolvente que recupera vocablos que yacían perdidos en el olvido o en ese reducto cada vez menos visitable donde habita el recuerdo de un universo rural que hoy, más de cuarenta años después de que Ferrer-Vidal publicara el libro, es un reducto de añoranza levantado sobre ruinas en unos casos y sobre la pasión eco-naturista en otros. Zaguán, eruela, trajín, cribos, ventada, yero, gozquillo, buchadas, extremura, hedor andrajero, andorga, quiebro, berrueco… Parece mentira que un escritor catalán haga gala de semejante dominio del castellano "rural": una aportación hermosa y jugosa que, en la lectura, se saborea y casi se mastica.



 



El peculiar viaje de Ferrer-Vidal se inicia en Ayllón en un día luminoso: "He descendido del autobús de "La Castellana" bajo un sol de justicia, hermoso y esparcido con lasitud de hombre cansado". Y concluye, también en Ayllón, en día de tormenta, mientras aguarda el autobús de "La Castellana"; "La tronada se encuentra cada vez más cercana, el cielo es gris uniformado y en el horizonte se distingue, de vez en vez, la pirueta de un rayo. […] Me abrazo las rodillas y me llega el olor a humedad, a tierra recién puesta en remojo".  Y nos despedimos.

Viaje a la Sierra de Ayllón fue publicado en 1970 y reeditado, en 1991, por la editorial vallisoletana Ámbito. Hoy es un libro casi inencontrable: el editor sensible tiene en él un hermoso desafío.