Opinión

Cees Nooteboom y "El desvío a Santiago" - I / M. Rico

Cees Nooteboom
photo_camera Cees Nooteboom
Desde los años sesenta, el escritor holandés Cees Nooteboom pasa sus veranos en la isla de Menorca. Pero su pasión por nuestro país va mucho más allá de su convivencia anual con la isla. Ha sido y es un viajero perseverante por los caminos menos transitados de nuestro país. De sus viajes da buena cuenta en EL DESVÍO A SANTIAGO, una obra maestra de la literatura de viajes, de las "letras viajeras".

"DÍAS DE INVIERNO EN NAVARRA"

 

Cees Nooteboom es, además de uno de los grandes escritores de la Europa contemporánea, un enamorado de España y un viajero impenitente por nuestras tierras. Yo lo supe muy tarde, hace cuatro o cinco años. Creo recordar que fue en 2007 cuando la profesora, escritora y crítica Ana Rodríguez Fischer me recomendó, sin pestañear, El desvío a Santiago cuando le pedí consejo sobre una lectura de viajes que se saliera de la norma. Fue en octubre de aquel año: a las pocas horas de aquella conversación, me planté en mi librería habitual y compré el libro en edición de bolsillo. Sabía de Nooteboom por sus novelas Philip y los otros, Perdido el paraíso o La historia siguiente, pero apenas sabía nada de su biografía y muy poco de su propensión viajera. Tampoco sabía que desde los años sesenta pasaba sus veranos y algunas otras temporadas vacacionales en la isla de Menorca.

 

El desvío a Santiago es una muestra poliédrica de la España por él viajada y contemplada entre 1979 y 1991. Aunque el viaje que inicia el libro es de 1981 y aunque Nooteboom parte de las Baleares (suponemos que de Menorca), entre sus páginas descubrimos un viaje fechado en 1979 por Euskadi y Navarra con el poético título "Días de invierno en Navarra". A él nos referiremos no sin antes subrayar que las primeras paginas nos hacen protagonistas de una travesía en barco hacia la Península, en la madrugada y con Barcelona como destino inicial pero con un objetivo infinitamente más ambicioso: "Allí" –escribe— "alquilaré un coche y por tercera vez en mi vida, me dirigiré a Santiago de Compostela, cruzando toda la anchura de España en línea recta o con rodeos".

 

 
Caricatura de Cees Nooteboom junto a la portada de la edición en bolsillo de su libro

 

Fue con rodeos, sin duda. Tantos que el viaje acabó por convertirse en un riquísimo caleidoscopio de la España de entonces. Una España diversa  y viva se despliega ante nosotros, un país al que Nooteboom se acerca sin prejuicios, describiendo no sólo paisajes, sino dando cuenta de acontecimientos políticos, de hechos culturales, de noticias curiosas. Viaja por una realidad viva, por un mundo en movimiento. De esa diversidad tiene, sin duda, culpa su vacación por los caminos laterales,  por las sendas desconocidas, por las carreteras secundarias. Así, El desvío a Santiago acaba siendo una suma de desvíos de los que iremos dando testimonio, de cuando en cuando, en este blog.

 

Hoy me detengo en el más temprano, en esos "Días de invierno en Navarra" que Noteboom inicia en el corazón de Donosti, en el casco viejo de San Sebastián y en tiempos difíciles (era 1979 y el terrorismo de ETA golpeaba cada pocos días) a bordo de un "viejo y ridículo coche violeta".  El escritor pasea por las calles en un sábado por la noche, entra en los mesones, lee carteles y listas de pinchos y aperitivos en euskera ("en una misteriosa lengua parcial", afirma), cena en un restaurante, sale a la calle y camina entre agitados grupos de noctámbulos  hasta dejar atrás la estrechez de las calles antiguas y salir al mar: "Debajo de mí debe de estar la famosa playa de San Sebastián, una media luna sujeta por los amplios trazos de la bahía".


 

 

 
La playa de La Concha en invierno. Foto de M. R. 2011

 

Al día siguiente, nos cuenta su domingo en el casco viejo, un domingo en el que la quietud propia de la fiesta se tiñe de sombra con la proliferación de policías antidisturbios a los que ve "nerviosos". Camina por las calles de Donosti y extrae una conclusión antes de tomar el coche para dirigirse a Navarra: "quisiera que mi vida entera fuera una provinciana mañana de domingo española". Ah, el domingo y sus mañanas: cómo se tiñe de melancolía esa jornada cuando llega la tarde y avanza, entre sombras, la noche.

 

Bajo la lluvia, Nooteboom vuelve al camino (a la carretera) y se dirige hacia las colinas. Cruza pueblos difuminados: Irura, Utzurre, Tolosa , Azcárate, Latasa, Irurzun. No tarda el lector en verse, con él, inmerso en una realidad distinta a la de Donosti y sus alrededores. Es la Navarra  histórica ("Nubes de hierro flotan sobre los herrumbrosos campos del antiguo reino de Navarra", escribe), unA Navarra que se hace llanura y monumento en Olite, pequeña ciudad donde no es fiesta y en la que el viento y la lluvia azotan sin cesar al automóvil del escritor.  Después de dejar Olite, llegará a Pitillas y continuará hasta el monasterio trapense de la Oliva. Y una visión hará dudar a Nooteboom de la realidad en que vive. En 1979 alumbra la modernidad en España, que lleva casi dos años de democracia. Pero su mundo rural no está libre de experiencias próximas a la alucinación. De pronto, escribe,  "Mi coche se derrite debajo de mí, los postes de telégrafo se caen, la absurda torre del siglo XVII que han construido junto a la iglesia se derrumba, estoy en trapos ásperos sobre una carretera y todavía veo lo que veo, una procesión medieval de hombres con los hábitos al viento que ahora desaparece al doblar la esquina del cementerio".

 

 

 

Claustro del Monasterio de La Oliva

 

Es el anuncio del monasterio. Nooteboom entra en él. Visita sus celdas y queda profundamente conmovido ante el maravilloso claustro de arcos góticos que se abre ante sus ojos. Más tarde, dejará Oliva, seguirá hacia Sos del Rey Católico y Sangüesa, bordeará el embalse de Yesa, "un embalse tranquilo al que las montañas calizas de la Sierra de Leyre rodean como vigilantes". Visitará el monasterio que lleva el nombre de la sierra y, lejos de avanzar hasta Pamplona, cierra ahí su viaje por Navarra, alojándose en el albergue de Sos, al que volverá cada noche en los días posteriores para sentir una extraña soledad: "de ser el único huésped paso a ser lentamente el único habitante, hasta que yo mismo rompo el hechizo y parto hacia el sur".