Opinión

Cardoso Pires pasea por Lisboa / Por Manuel Rico

El Ascensor da Bica, camino del barrio alto
photo_camera El Ascensor da Bica, camino del barrio alto
El gran narrador portugués Cardoso Pires nos lleva por las calles, bares, librerías y cafés centeneraios de la capital lusa a través de su libro "Lisboa. Diario de a bordo". Un paseo mágico.

José Cardoso Pires es uno de los grandes narradores portugueses del último siglo. Nacido en 1925 en Vila de Rei y fallecido en Lisboa, en 1998, publicó novelas memorables y es, aún hoy, uno de los más valorados escritores de relatos de la lengua portuguesa. Hay un libro, editado en España en 1997 (Alianza Editorial), extremadamente singular en su trayectoria. Me refiero a Lisboa. Diario de a bordo, cuyo subtítulo “Voces, miradas, evocaciones” nos indica la complejidad de su contenido. Es un libro viajero. O un libro paseante. El lugar por el que nos conduce no es la Lisboa convencional, “turística”, sino una Lisboa cruce de épocas, traspasada de miradas, de recuerdos del propio Cardoso Pires, de voces de otros (escritores, cantantes, artesanos, camareros) y de rincones de los que enamorarse.

 

 


El libro, cuyos primeros capítulos están escritos en segunda persona, tiene algo de diálogo con la ciudad, a la que convierte en un ser vivo y abarcador. Es la Lisboa mágica que parece una prolongación del mar y, a la vez, del río Tajo, un gigante de agua en la desembocadura. Así empieza su paseo: “Apenas amanece te me apareces posada sobre el Tajo como una ciudad que navega”. Esa magia, a veces, cobra el perfil de una ciudad mecida por las aguas (“Hay olas de mar abierto dibujadas en tus calzadas; hay anclas, hay sirenas”).


 


 

La Lisboa de Cardoso Pires es también la que hizo suya Fernando Pessoa, es la de Lobo Antunes (“la tratará con una ironía y una sintaxis muy de aquí”, escribe nuestro autor a ese respecto), la de Camôes convertido en estatua, la de Pascal Guignard, el novelista francés que quedó seducido por el bestiario del Palacio Fronteira y que trasladó a una de sus novelas…. Es una Lisboa monumental, casi aristocrática, que fue glosada y cantada muchas veces y de cuyos cantos da cuenta en cada uno de los capítulos.

 

 

Pero la Lisboa que nos interesa de la que nos describe Cardoso Pires es la que se remansa en los viejos cafés, la que fue paraíso de las tertulias y de la conversación pausada e interminable, la de los gatos callejeros y la de los gatos palaciegos, la de las librerías y la de los anticuarios o la de los “prostíbulos de navaja y sífilis”. Una Lisboa poliédrica y policéntrica que recuerda todavía el tiempo en que las tertulias se desarrollaban en las librerías hasta que descubrieron el valor de la hospitalidad de los cafés: “De las librerías las tertulias pasaron a los cafés. Bastaba con cruzar una calle y ya estabas en A Brasileira, mesa con mesa con los maestros de las artes y los bohemios culturales”. ¿Y qué decir de las pastelerías? Cardoso Pires evoca con nostalgia algunas de ellas: la Pastelaria Ferrari “que conserva como en el siglo pasado sus dorados burgueses y sus dulces conventuales”, o la tricentenaria Casa Batalha “como una reliquia anónima, presente y desconocida”.





El autor también nos da cuenta de un mundo comercial y pequeñoburgués que todos, en algún rincón de la memoria, llevamos con nosotros: los grandes almacenes que todavía olían a años veinte, a modernidad prematura. Así, Cardoso Pires se pregunta: “¿Y los Grandes Armazéns Grandella, con sus empleaditas soñando telenovelas de todo el año tras el mostrador?” Y vamos con él hacia el barrio alto del Chiado, lleno de fragmentos de su memoria entre los que destaca Largo do Carmo, donde vivió una de las experiencias más hermosas de su vida: “Largo do Carmo del año 74, ¿quién lo puede olvidar? Era primavera y la capital proclamaba la Revolución de los Claveles ante los amos de la Dictadura acorralados en un cuartel”.



El ascensor en el que subió el poeta Ferlinghetti, uno de los mitos de la beat generation, los bares que cautivaron al director de cine Alain Tanner, el que llamó a Lisboa “Ciudad blanca”, las calles con las calzadas dibujadas con flores, los azulejos decorativos de los muros…. Cardoso Pires cierra su paseo recordando una lapidaria frase de otro de los amantes de la vieja capital, Antonio Tabucchi: “Lisboa ofrece una apreciable variedad de alternativas para un doble suicidio”. Un pesimismo decadente que no deja de tener su parte de belleza.