Opinión

Letras y viajes en la poesía de Gloria Fuertes

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Gloria Fuertes, que nació hace este año un siglo, escribió numerosos poemas fruto de sus viajes, de su contacto con pueblos y ciudades de España y de otros países. Celebro la particular aportación a su homenaje de Letras viajeras con un viaje por sus poemas de lugares, de viajes.

Gloria Fuertes no escribió literatura de viajes. Aunque, como Lewis Carroll, o como el creador de Peter Pan, James Matthew Barrie, viajó con sus poemas a la infancia, nadie ha destacado que en sus poesía para adultos, en su poesía sin el adjetivo infantil dio cuenta de lugares y paisajes con originalidad y eficacia, con la hondura y la sencillez al tiempo de quien es capaz de tocar los más ocultos resortes del sentimiento. Gloria Fuertes viajó a esos lugares, captó su esencia y, como quien no quiere la cosa, los dejó en versos memorables que a muchos han pasado, seguramente, inadvertidos.

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Gloria Fuertes, la poeta y no la poetisa, en el prólogo a sus Obras incompletas, tituló uno de sus epígrafes con un ilustrativo "Voy por los pueblos”. Y escribió: “Voy por los pueblos, aldeas y provincias de España. A los que no compran libros […] yo, humildemente, les llevo mi libro vivo, en mi voz, cascada rota, en mi cuerpo, cansado y ágil”. De ese peregrinaje por los campos y tierras de un país sombrío y cambiante (no olvidemos que su primer libro es de 1950) dejó huella en sus obras. Si abrimos la citada antología pronto nos encontraremos con una ciudad muy acorde con la visión de Gloria: Guadalajara. La poeta sabe que está ante una ciudad modesta por la que no hacía mucho había pasado Camilo José Cela de camino a La Alcarria, una ciudad todavía varada en los años cincuenta. Y la convierte en un ser vivo, en un ser humilde: “Porque no tienes nada / yo te canto mientras me peino”, escribe. Sabemos que en esa ciudad hay un hermoso Palacio del Infantado, muestra del arte renacentista, y hay otros monumentos que le dan valor y atractivo, pero para la poeta, curtida en la modestia y en la empatía con los desfavorecidos, Guadalajara es un ejemplo de austeridad y despojamiento: “He oído decir que no tienes monumentos artísticos, / que no tienes piscina / ni siquiera acueducto romano”, nos dice.  Hasta tal punto es así que, utilizando sutilmente la conciencia colectiva que creció bajo la dictadura, que no era otra que la espera de un acontecimiento salvador que se demoraba eternamente, nos dice que la ciudad, o la provincia, está “allí plantada en medio de Castilla / como esperando algo que no llega”.  Un lugar “humilde sin turistas ni metro”, una provincia que tiene “minas dormidas esperando que el hombre las toque”, “la tierra madre donde nacen los ríos” y en el que se da el contraste que caracterizará toda una época. Guadalajara tiene “escarabajos de oro y la leprosería”.

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Gloria Fuertes es heredera de cierta mirada del 98. Ama Castilla y ama los pueblos por los que viaja. Y observa y nos lo cuenta en versos que niegan la poesía más retórica: “...Y por Castilla veo un árbol / y parece que veo alguien de mi familia”. O se acerca a la síntesis más depurada en el poema de Sola en la sala que lleva por título “Castilla”: “Yo pido pan y vino / para el que hace el pan y el vino”. No es la gravedad de Antonio Machado, ni el preciosismo nostálgico de Azorín, ni la mirada reivindicativa de Celaya o Blas de Otero. Es la celebración de lo cotidiano, la pequeña sorpresa de encontrarse ante objetos o paisajes familiares, vistos en algún otro lugar. Así, Gloria será ciega en Granada, hará que la acompañemos a París, a contemplar, solidarios, los mendigos que sobreviven junto al Sena: “Hay muchos. / Van despacio. / Cojean. / Comen pan mojado en el Sena. / Se afeitan sin jabón mirándose allí mismo”. Un recorrido por una orilla que nos muestra carente del encanto melancólico del París existencialista que nos legaran algunos poetas del cincuenta y en la que, al final... “Llegamos a lo más sorprendente, / también hay mendigas”.

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La mirada feminista siempre estaba presente en Gloria Fuertes. Como lo estaba la mirada detallista con la que nos lleva de su mano a un “Puesto del Rastro” madrileño en un viaje por su ciudad natal. Mira los objetos más inverosímiles y lo cuenta: “Braseros, navajas, morteros, pinturas. / Pienso para pájaros, huevos de avestruz. / Incunables tengo gusanos de seda / hay cunas de niño y gafas de sol”… 

Gloria Fuertes 8Y del Rastro madrileño a los norteamericanos bosques de Penna, en un poema de Poeta de guardia en el que nos habla del suicidio de un árbol gigante, una muerte quizá inevitable por la que “lloran los lobos y los ciervos tiemblan, / van a su encuentro las ardillas todas, / presintiendo que es algo de belleza que muere”.  Y, en su viaje USA, iremos con ella desde Penna a un lugar entre Chicago y Madison, nos detendremos ante el ciprés de un cementerio, volveremos a la Península, a lo que entonces era provincia de Madrid, para sentarnos frente al río Tajuña, un río afluente entonces amenazado de muerte por obras de toda índole; “De río bravo y macho / serás una laguna de orilla acementada”, escribe Gloria. Y lo invita a resistir; “Tajuña, no seas tonto, / ¡en pie, Tajuña, hazte cascada! / Antes de morir mártir, / Antes de ser laguna afeminada”.

Nos cuesta imaginar a una Gloria Fuertes a bordo de una Vespa y recorriendo los caminos de nuestro país en busca de lectores y con el afán de difundir la poesía. 

Nos cuesta imaginar a una Gloria Fuertes a bordo de una Vespa y recorriendo los caminos de nuestro país en busca de lectores y con el afán de difundir la poesía y hacer que formara parte de la conciencia de tantos hombres y mujeres perdidos en los pueblos más recónditos. ¿Quién, en un viaje por las tierras altas de Soria, o por los bosques en los que Salamanca se hace frontera con Portugal, o Zamora con Orense, no se ha encontrado al final del camino con una aldea en la que, como una joya de piedra, se levanta una iglesia. Ese pequeño viaje (imaginario o real) lo hacemos con Gloria después de visitar Palencia ("Palencia una calle larga, / a un lado la catedral / y debajo hay otra iglesia / que dicen del siglo tal") nos encontraremos con el poema "Iglesia de pueblo", un poema en el que la poeta madrileña volcará toda su Gloria Fuertes 7ironía en apariencia inocente, todos sus juegos lingüísticos para mostrarnos su interior provocando en nosotros la sonrisa. "Hay un Cristo que da pena, / que le crece la melena; / y en el coro telarañas -las más antiguas de España-". No sabemos de qué pueblo se trata aunque sí sabemos que está dedicada a San Fructuoso y que debe de tratarse de un edificio del gótico tardío ("y las piedras de la nave / del siglo catorce son"). Los lugares de Gloria Fuertes son muchos en su abundante obra poética. Con ello nos demuestra (como antes nos lo mostraron, en este blog, Claudio Rodríguez, o Antonio Gamoneda, o Eladio Cabañero) que podemos viajar mediante la lectura y acercarnos a la poesía como una suerte de literatura viajera, fuera de todo canon.

Con  nuestra poeta la labor de búsqueda en sus versos de esos rastros de literatura viajera es una apasionante labor: No solo porque nos lleva con ella por un ambicioso mundo multipolar, sino porque nos demuestra que fue mucho más que una poeta que escribía literatura infantil, poesía para niños. Gloria fue y es una poeta de las grandes. Que, como Blas de Otero a través de sus libro Que trata de España o Pido la paz y la palabra, pateó caminos y nos lo contó en verso. Eso sí: con una mirada originalísima, como si más que describir el lugar de manera realista y fiel intentara dibujarnos su trastienda, su alma, su interioridad más profunda. Así lo hace en el poema "Venecia":

"La isla-cementerio / está entre dos canales / --sería facilón llamarlos Ser Noser.... // allí viven los muertos rodeados de nada / --digo de agua-- / porque el agua no es nada si no se tiene sed".

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