Opinión

Con corazón de roble II: de Soria a San Esteban de Gormaz

Berlanga de Duero. Panorámica
photo_camera Berlanga de Duero. Panorámica
Continuamos el viaje que, en la ciudad de Soria, iniciamos con Ernesto Escapa leyendo su libro Corazón de roble (Gadir, 2011). Tierras de pinares y de grandes extensiones de cereal, de monte bajo, con el río Duero como protagonista.
Quedó atrás la ciudad de Soria en el viaje que Ernesto Escapa nos cuenta en su hermoso libro Corazón de roble (Gadir, 2011). Y quedaron atrás Duruelo, Vinuesa, y la Laguna Negra, el escenario trágico de la historia que Antonio Machado narra y poetiza en La tierra de Alvargonzález, ese estremecedor poema integrado en su libro Campos de Castilla, obra cuya primera edición cumplirá, el año que viene, un siglo. También quedaron atrás Covaleda, y los pinares interminables a los que cantaran Gerardo Diego y José García Nieto. Avanzamos, con Escapa, hacia el límite de Soria con Burgos acompañando al Duero en su último tramo como río soriano, paseamos Berlanga ("Calles recogidas y tiradas de soportales apeados sobre viejos troncos de enebro dan paso al recinto singular de su Plaza Mayor, una de las estancias más equilibradas y hermosas del urbanismo castellano", leemos en Corazón de roble) y, cuando queda atrás, nos asomamos a pueblos pequeños, casi aldeas, en los que siempre nos sorprende una vida cotidiana que difícilmente podríamos asumir los bichos capitalinos: muchas veces, cuando en tren o en coche, he pasado cerca de esos pueblos desconocidos, he intentado ubicar mi vida allí, pensar en qué ocuparía el tiempo, cómo contemplaría la existencia, y siempre me ha invadido una extraña sensación de quietud, de serenidad. También, todo hay que decirlo, un incierto vértigo hecho del miedo a la soledad, a la rutina, a un mundo pequeño aunque apacible. Eso nos ocurre, incluso en la lectura, con nombres como Matute de Almazán, Tejerizas, Matamalo, Alcubilla del Marqués, Pedraja de San Esteban...




Tierras de pinar y tierras de trigo. Ermitas románicas que, sin esperarlo, se asoman a nuestro interior como invitaciones al retiro o a la meditación. A un lado queda La Rasa, donde nació el sindicalista Marcelino Camacho, ciudad que fue nucleo ferroviario en la edad de oro de las locomotoras de carbón y los vagones de tercera ("siempre sobre la madera / de mi vagón de tercera", escribió don Antonio), y a otro Ucero, y el cañón del Río Lobos, y el Burgo de Osma con su catedral, agregación de piedra y de siglos "desde sus vestigios románicos hasta el esplendor neoclásico".


San Esteban de Gormaz es, tal vez, la ciudad más integrada con el Duero de todas las que Escapa describe en Corazón de roble. Sus iglesias románicas, de una pureza extrema (San Miguel, Santa María del Rivero) se complementan con el Parque del Románico, en el Molino de los ojos, en plena ribera del Duero, un lugar casi mágico, como extraído de algún libro de cuentos de la Europa central, acostumbrada a convivir, desde el principio de los tiempos, con los ríos. Así describe Escapa ese lugar: "Al otro lado del río se van las casas de campo con sus embarcaderos y los jardines que se derraman en el Duero. Este paraje de los Ojos solía pasar inadvertido a los visitantes del Duero soriano por su apartamiento de las rutas convencionales". Pues bien, como este lugar, parte de la ciudad de San Esteban de Gormaz, son muchos los rincones desconocidos que suelen ocultarse, casi siempre, a la mirada del viajero. En Corazón de roble los conocemos a fondo, incluso en su temblor más íntimo. Gracias a la palabra. A la literatura que viaja y nos hace viajar. ¿Es así o no?