Opinión

Angelopoulos, la última mirada del rapsoda

Sonia S. Recio se pregunta por qué la obra de Theo Angelopoulos sigue siendo tan sobrecogedora y hermosa. Con su desaparición nunca podremos ver la película que estaba preparando sobre la crisis griega cuando le atropelló una moto. Sin embargo, conservamos la lúcida mirada del cineasta que -cual moderno Ulises diseccionando las aguas con su barco- mejor reflejó la injusticia y la descomposición de Europa.
No pudo ser. Theo Angelopoulos no llegó a realizar su película sobre la crisis griega, que iba a titularse El otro mar. Hace poco más de una semana una motocicleta segó su vida mientras buscaba localizaciones para ese último proyecto. Ya se sabe, los dioses juegan con el destino de los humanos.

No obstante, el más famoso director griego deja un legado de magníficos relatos sobre la injusticia, la memoria, la sociedad y la historia; dirigió 15 largometrajes entre los que cabe destacar: Paisaje en la niebla, El paso suspendido de la cigüeña, La mirada de Ulises y La eternidad y un día. Para el guión de estas películas contó con la colaboración del italiano Tonino Guerra y del griego Petros Markaris, conocido hoy en día por su faceta de autor de novela negra. 

La puesta en escena del cine de Angelopoulos se caracteriza por bellas composiciones dramáticas, encuadres pictóricos y por el dominio del plano secuencia. Admirador de Homero, afirmaba que “él había inventado el plano secuencia”, algo que se aprecia por ejemplo en la Iliada “cuando describe a lo largo de seis páginas las armas de Aquiles”; con esa exhaustiva descripción del escudo del héroe, el poeta ciego trataba de hacer una pausa en medio del fragor de la batalla. Otra influencia en su cine es la de Heráclito. Se observa en esos largos planos en los que los ríos y el mar son los protagonistas absolutos. Agua y más agua: todo fluye, nada permanece.


  Fotogramas correspondientes a las películas de Angelopoulos: Eleni y La mirada de Ulises

El reconocimiento a la carrera del realizador cinematográfico llegó con La mirada de Ulises (1995). La película logró el Gran Premio del Jurado en Cannes y otros importantes galardones internacionales, entre ellos un Goya español.

El Ulises de esta revisión del mito homérico es un desconcertado Harvey Keitel, que deambula por los Balcanes en guerra y por una Europa del Este post comunista. Aunque Keitel –que en la película es un realizador de cine- ha regresado desde EE.UU. a Grecia, su tierra natal, para proyectar su última y polémica película, el verdadero motivo de su plan de viaje es su obsesión por localizar tres bobinas de cine, que encierran los primeros fotogramas del cine griego. Esas primigenias imágenes habían sido filmadas por los hermanos Manakis, y permanecen en paradero desconocido en algún lugar de los Balcanes. En lo simbólico representan la primera mirada al cine (un material sin revelar, que nadie ha visto antes), de igual modo que Ulises es considerado el primer viajero y la Odisea el primer texto literario europeo. Por eso Angelopoulos llama a su protagonista “A”, compartiendo inicial con él mismo y también en clara alusión a “alfa”, la primera letra del alfabeto. El comienzo.

Seguimos en el plano de lo simbólico. En la historia se anticipa que en la primera de las bobinas se hallan imágenes –grabadas en 1904- de unas hilanderas. Motivo éste que puede relacionarse con Penélope tejiendo y destejiendo el manto mientras espera el regreso de Ulises.


  La Mirada de Ulises: “A” (H. Keitel) en Sarajevo, y viendo el material revelado con Ivo Levy (E. Josephson)

El director inicia un periplo que le lleva en primer lugar a Albania (a la ciudad de Koritza), y de ahí, a Macedonia (Skopje) donde cree que puede encontrar alguna pista sobre los rollos de cine de los hermanos Manakis; pero las bobinas no están ahí.

El protagonista prosigue viaje, pero entonces se produce una elipsis en la historia, y Keitel pasa de la década de los 90 del siglo XX, a la década posterior a la II guerra mundial: a la época comunista. De este modo, camino de Bucarest, la ciudad que el viajero conoce como Filipopolis desde su infancia, se convierte en Plovdiv según la denominación de las autoridades comunistas. La siguiente parada -en un tren que atraviesa el tiempo- es Constanza, ahí se reencuentra con el hogar de su niñez, y también se despide de una misteriosa mujer que le ha acompañado desde Skopje; no puede amarla debido a esa especie de parálisis anímica que padece. Es una mujer que representa a todas. Volverá a ver su rostro, pero en otras mujeres.

La pareja se despide de su amor “non nato”; detrás, en el mismo plano, yace una gigantesca estatua de Lenin amarrada a un buque remolcador, cual Gulliver atado. La estatua –despiezada- baja por el río. Viene de Odessa, y a través del Danubio llegara a Alemania, donde un coleccionista que la ha adquirido como reliquia del pasado, la está esperando. He aquí uno de los planos más curiosos: Lenin desciende como en un sarcófago guiado por las aguas, mientras, desde la orilla, las gentes de la antigua Yugoslavia se santiguan a su paso. Parece una certificación de la muerte del comunismo. Visualmente remite a la secuencia del comienzo de La dolce vita, de Federico Fellini (1960), en la que un helicóptero transporta una estatua de Jesucristo.


  Izqda. La mirada de Ulises: Lenin desciende por el Danubio. Dcha. secuencia inicial de La dolce vita.

El protagonista que va prácticamente a modo de polizón en el barco de Lenin, desciende al llegar a Belgrado. Allí le espera un amigo periodista con el que convivió en París años atrás, y le informa que él llegó a poseer los rollos de cine, pero que se los envío a un colega en Sarajevo para que los revelara con el sistema y los líquidos adecuados. El periplo se complica cada vez más. Ir a Sarajevo supone adentrarse en el corazón de la guerra. Sin embargo, “A” se arriesga, y a través de los ríos Danubio y Deva, llegará a Sarajevo. Estamos en 1994.

Ivo Levy es el colega del periodista de Belgrado, y a su cargo está la filmoteca de Sarajevo, ahora en ruinas por los bombardeos. También es el depositario de las bobinas. Levy fascinado le pregunta: “¿Todo este camino por algo que se cree perdido? Debe tener mucha fe. ¿O es desesperación?”. El conservador de la filmoteca le cuenta como estando a punto de dar con la combinación adecuada para revelar los rollos, estalló la guerra, y tuvo que concentrarse en salvar los archivos. En no perder la memoria. Sin embargo, allí están al fin las preciadas bobinas; sólo resta dar con la fórmula adecuada para revelar las imágenes. Algo que se conseguirá. El director de cine, las salvará, pero el precio ha sido descender a los infiernos, a una Europa en descomposición. Llora porque comprende que ya no es la misma persona que era cuando comenzó el viaje. Algo ha cambiado en él: “cuando regrese –asegura-  lo haré con las ropas de otro”.

Sin duda la referencia fundamental para este relato de Angelopoulos se encuentra en la Edad Antigua. En el Ulises homérico. Sin embargo, en la Edad Media surge otro arquetipo que también entiende la vida como una continua búsqueda (la “Queste”). Se trata de Parsifal y su obsesión por hallar el Santo Grial. Es una figura del destino que debe seguir un camino repleto de fracasos y preguntas.