Opinión

Woody Allen, medio siglo de cine de autor

Woody Allen cumple 80 años y además se cumplen 50 años de su debut cinematográfico. En 1965 se estrenaba la película ¿Qué tal, Pussycat?, con guión del artista neoyorquino, y dirigida por Clive Donner y Richard Talmadge. Repasamos medio siglo de c

Al final de Manhattan (1979) Woody Allen, tendido en un sofá, le dicta a un aparato grabador de cassettes las razones por las que merece la pena seguir viviendo. La mayoría de ellas están relacionadas con el arte: el cine, la música, la pintura y la literatura. Allen enumera: “Groucho Marx, la sinfonía Jupiter, Potato Head Blues, de Louis Armstrong, algunas películas suecas, La educación sentimental de Flaubert, Marlon Brando, Frank Sinatra, esas increíbles manzanas y peras de Cezanne…”. Se trata de una reflexión que bien podría resumir su obra cinematográfica, tan rica en referencias artísticas.


En esta etapa de su filmografía, Allen retrata una forma de vida y unos estereotipos -los neoyorquinos bohemios-, a los que se refería Tom Wolfe con la etiqueta de “radical chic”, acuñada en su libro La izquierda exquisita (1970). El mejor ejemplo es la fotógrafa protagonista de Annie Hall (1977), papel interpretado por Diane Keaton, quien además marcaría tendencia con su personal forma de vestir combinando prendas masculinas y anticipándose al “Black and White total look”.





En Hanna y sus hermanas (1986), Lee (Barbara Hershey), una de las hermanas aludidas en el título, vive con un pintor interpretado por Max Von Sidow, que ejerce de “Pigmalion” con ella en cuanto a formación artística. Otra de las hermanas, Holly (Dianne Wiest), una actriz en paro, monta una empresa de catering junto a una  compañera de profesión, April (Carrie Fisher). Un día conocen en el trabajo a un arquitecto (Sam Waterston), que les muestra algunos de sus edificios favoritos de Nueva York. Naturalmente, también son los preferidos de Allen.


Diez años después se estrena el musical Todos dicen I love you (1996). Parte de la trama se desarrolla en Venecia. Allí, en la Scuola Grande di San Rocco, una joven contempla La crucifixión, de Tintoretto. Por una “extraña” coincidencia el personaje interpretado por Woody Allen conoce la pasión de Bony Von Sidell (Julia Roberts) por el pintor, y en su afán de seducirla, le recita con aparente espontaneidad párrafos memorizados de una guía, tales como: “Oh, era el más enorme. La rapidez de su pincel, el claro oscuro, los estallidos de color, su magistral dominio de las formas. Nacido en 1519, para morir en 1594”. Una arriesgada forma de conquista, la que emplea el director neoyorquino, cuyos resultados no hay por qué revelar aquí y ahora.





Si en Todos dicen I love you el personaje de Allen era un impostor cultural, en Granujas de medio pelo  (2000) de nuevo asoma la “f” de fraude empleada por Orson Welles en uno de sus trabajos; unos nuevos ricos pretenden hacerse pasar por gente cultivada. Antes han intentado, en la línea de la película Rufufú (Mario Monicelli, 1958), un robo que se tornará frustrado. Paradójicamente, se hacen millonarios con la “tapadera” que utilizan: una tienda de galletas que convertirán en franquicia.  La nueva empresaria (Tracey Ullman) decora su oficina con estampados “animal print”, combinados con valiosas piezas de anticuario. Su marido (Woody Allen) comenta respecto a un aparador al que han empotrado una televisión: “Es un Luis XIV o Luis XV. No sé hasta dónde llegan los Luises, pero es un Luis de los gordos”.


La oficina no desentona con la casa: cebras de cerámica, animales dorados, arpas rococó, etc. En ese ambiente reciben a sus invitados a los que obsequian con una cena para “entrar en sociedad”. Desean convertirse en mecenas, y para ello no dudan en realizar donaciones y relacionarse con marchantes de arte, algunos sin escrúpulos como el personaje que interpreta Hugh Grant, que escucha el comentario de la nueva millonaria: “Aún no he comenzado a reunir una colección. Me interesa Rembrandt, Picasso, Miguel Ángel… la pandilla”. El marchante replica oportunamente: “No creo que me quede ningún Miguel Ángel por ahora, pero hace poco llegó a mis manos un increíble Damon Dexter”.  Será contratado además para impartirles un curso acelerado de arte y buenas maneras. Como parte del aprendizaje les llevará al Museo Metropolitano de Nueva York, donde les mostrará –de nuevo un Tintoretto- La multiplicación de los panes y los peces.


Si en sus obras anteriores Allen se acercaba a la pintura, a la arquitectura y a las antigüedades, en “Conocerás al hombre de tus sueños” (2010) concede una especial importancia a las galerías de arte. Es el lugar de trabajo de Sally (Naomi Watts), que comienza su trayectoria profesional como asistente del director de la Galería Clemente (Antonio Banderas), aunque enseguida, guiada por su buen olfato para los talentos emergentes, tratará de abrir una galería propia. El arte como inversión y negocio aparece como una de las subtramas principales de esta historia rodada en Londres.




   
Al año siguiente, Woody Allen saltó a la ciudad de la luz. En Midnight in Paris (2011), el protagonista es un escritor norteamericano, Gil Pender (Owen Wilson), que viaja en el tiempo hasta los felices años 20. El guión gira en torno al concepto del “complejo de la Edad de Oro”, que consiste en la romántica convicción de creer que se habría sido más feliz viviendo en otra época; de este modo, el joven norteamericano se deja llevar cada medianoche a los tiempos en que París –como afirmaba Hemingway- era una fiesta. Noches delirantes en las que confraterniza con pintores como Picasso, Dalí, Man Ray, incluso con la mecenas de las artes Gertrude Stein. En un nuevo salto temporal coincidirá en el Moulin Rouge con Toulouse-Latrec, Degas y Gauguin. El periplo por “océanos de tiempo” se detiene en esa época, ya que, de lo contrario, bien hubiera podido cambiar impresiones sobre técnicas pictóricas con Da Vinci y Miguel Ángel.


Algunas de las películas aparentemente más ligeras del realizador neoyorquino ofrecen espacio para el arte, si bien el discurso intelectual desaparece y en su lugar confluye la expresión de lo instintivo e irracional. En Vicky Cristina Barcelona (2008), la interpretación de Penélope Cruz de una temperamental pintora nos permite observar el desarrollo de un proceso creativo atormentado. La pasión y el arte pueden ser buenas razones para seguir viviendo, pero el cine de Woody Allen también lo es.